Qué tipo de conexión siente el tanatopractor con el fallecido
Desde el primer momento en que el tanatopractor toma contacto con el cuerpo, se establece una relación basada en el respeto. Aunque el fallecido ya no es una presencia consciente, su cuerpo representa una historia y una vida vivida. Este principio ético es fundamental en la formación de los tanatopractores: tratar el cuerpo con el mismo cuidado que se tendría con una persona viva. Esa actitud no es solo un mandato profesional, sino también una forma de reconocimiento. Cada cuerpo que atienden es el de alguien que fue amado, que tuvo sueños, alegrías y sufrimientos. En ese sentido, la conexión se construye desde una empatía silenciosa.
A diferencia de otros profesionales de la salud o del cuidado, el tanatopractor no recibe respuestas del fallecido. No hay diálogo, no hay reacciones. Sin embargo, es curioso y me parece un punto a destacar que muchos trabajadores afirman sentir una “sensación de compañía” mientras trabajan. Este fenómeno puede tener una explicación psicológica: el cerebro humano tiende a buscar vínculos, incluso en situaciones donde aparentemente no los hay. En la práctica diaria, esto puede traducirse en pequeños gestos: hablarle al fallecido en voz baja, explicarle lo que se va a hacer, pedirle disculpas si se necesita mover el cuerpo de forma abrupta. Son actos que no esperan una respuesta, pero que reafirman la humanidad del fallecido y del profesional.
Si bien existe esta conexión simbólica, el tanatopractor también debe aprender a mantener una cierta distancia emocional. De lo contrario, el impacto psicológico sería insostenible. La mayoría de ellos desarrollan un equilibrio entre la compasión y el desapego. Esto no significa frialdad, sino profesionalismo. No obstante, hay casos que pueden dejar una huella más profunda. Los cuerpos de niños, de personas jóvenes, o de víctimas de tragedias violentas suelen conmover incluso a los tanatopractores más experimentados. En esas circunstancias, la conexión emocional puede volverse más intensa y difícil de manejar, y muchos recurren a redes de apoyo entre amigos, familiares o a espacios de contención psicológica.
Más allá de su vínculo con el fallecido, el tanatopractor también cumple un rol social fundamental. Al preparar el cuerpo para su presentación, ayuda a los seres queridos a despedirse de una manera más serena. La imagen del ser amado “en paz” puede aliviar el duelo y cerrar un ciclo emocional. Saber que uno ha contribuido a ese proceso da un sentido profundo al trabajo del tanatopractor. Muchos sienten orgullo por ofrecer un último servicio de cuidado, una especie de “acto final de amor” en nombre de los familiares. En este sentido, el fallecido se convierte en un puente entre el profesional y la familia.
CONCLUSIÓN
Finalmente, muchos tanatopractores coinciden en que su trabajo les enseña a valorar más la vida. Estar en contacto constante con la muerte les recuerda la fragilidad de la existencia y la importancia de vivir con sentido. Algunos incluso desarrollan una relación más serena con la idea de la muerte, al verla no como un tabú, sino como una etapa natural del ciclo humano. Esa conexión con el fallecido, aunque no sea recíproca, deja una marca.
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