Cuando sea viejo me moriré. Nos moriremos… Una reflexión de uno de nuestros alumnos

Cuando yo sea viejo me moriré. Tú que lo lees, también te vas a morir. Nos moriremos, sí, nos moriremos todos. Tú, yo, aquel, el de más allá. Todos. Nadie que esté leyendo este blog quedará aquí para poder contarlo. Empezamos a morir desde el momento en el que nacemos. Muerte, lo único que es seguro y totalmente irrevocable.

Abordar temas que generalmente tratamos de evitar, como es el dolor o la muerte, aquella palabra que tanto teme la sociedad, que concretamente en algún punto de la transcendencia humana ha perdido la capacidad de afrontar aquel momento de partida. Y con ello la capacidad de afrontar la vida, no debemos pensar que todo está perdido con la muerte, que no es el final, al contrario, el final es la vida propia.

Toda la vida que el hombre vive en este mundo, desde su nacimiento hasta el final de su vida, es una magnífica preñez de la propia naturaleza. Cuando el hombre nace del vientre de su madre, entra en el vientre de la naturaleza, y cuando el hombre muere es el parto de la naturaleza. El hombre tiene dos momentos de concepción, dos vidas, y ninguna muerte.

Esta reflexión es lo que me atrajo hasta el mundo directo de la tanatopraxia. Mi visión de cuidar a las personas en el dolor total, físico, psicológico, social, moral, espiritual… ya que el sufrimiento que ocurre durante toda esta etapa aparte de ser provocada por el dolor físico, tiene que ver con la propia incapacidad humana para resolver los interrogantes y preguntas más profundas de la propia vida…

• ¿Como afrontaré la mía?
• ¿Cómo será mi partida?
• ¿Estaré preparado para dejar partir?

Me resulta totalmente inaudito ver las listas de medicación de personas tan deterioras que ni saben para que son sus veinte pastillas ni son capaces de ingerirlas, resulta trágico ver a ancianos sometidos a endoscopias, operaciones de riesgo, implantación de marcapasos… cuando están tan demenciados que ya son incapaces de firmar su propio consentimiento, resulta dramático saber de personas muy mayores que permanecen atadas a las camas para evitar que se arranquen las sondas; resulta desgarrador clavar vías y hacer radiografías a pacientes que están dando sus últimos respiros…

En fin, resulta una gran tragedia que de tanto preocuparnos en vivir, nos hemos olvidado de morir… y esto es lo que estamos haciendo. Yo de mayor quiero ser anciano, sí señor, yo quiero ser viejo. Y si me demencia quiero acabar cuando antes la tragedia de no ser yo. No quiero médicos que alarguen mi vida solo porque la ley o la ciencia se lo permite. No existe nadie más terminal que un anciano dependiente y sin memoria de haber existido…

Por eso hay que dejar marchar, no muere quien deja de respirar sino a quien se olvida. Es duro despedir a personas que sabes que jamás regresaran, no me gusta cuando se trata de una despedida o de no volver a ver a alguien, porque yo he perdido a gente que realmente amaba, y cada día me invaden los recuerdos para avisarme que probablemente me podría haber desvivido más por ellos.

Tengo gente que se esconde directamente tras las estrellas y que jamás volverán a bajar, he perdido almas gemelas en las que crecí, tengo lejos a quienes formaron parte de mi vida y hoy no están. Pero sé que al final, hay cosas que son ley de vida y otras, ley de muerte…
Y mí pregunta es… ¿ Final de qué…?

Jorge Vázquez Cuñarro
Alumno de Tanatos Formación
Santiago de Compostela